1. Introducción
Por Dr. Eduardo Oré Sosa
Como se sabe, el 60 % de nuestro territorio está cubierto por bosques, los que brindan madera, “pero también raíces, tallos, hojas, flores, frutos, semillas, resinas y látex, entre tantos otros servicios para la humanidad”; se trata de un ecosistema “que produce medicinas naturales y materias primas, y que permite, además, la existencia de una variedad de animales, plantas y microorganismos”. No obstante, nuestros bosques se ven amenazados por la tala indiscriminada y la minería irresponsable. Parafraseando una conocida fábula, es de temer que cada vez resulte más difícil que una ardilla atraviese nuestros bosques, de rama en rama, sin tocar el suelo.
Son los dilemas de la modernidad; por más que a nivel mundial se haya acogido el principio de desarrollo sostenible ‒que apunta a un justo equilibrio entre el desarrollo económico, el desarrollo social y la protección del medio ambiente‒, lo cierto es que el desarrollo de la industria, así como el mejoramiento de la calidad de vida en una parte importante del planeta, ha supuesto una grave afectación del lugar en que vivimos. Con lo cual, esta problemática desborda los estrictos límites de la legalidad y el injusto penal. Si no veamos las convenidas reticencias de algunos Estados para aprobar el Protocolo de Kioto; esto lleva a que vertidos o emanaciones industriales que deterioran los suelos, el agua de los ríos o el aire que respiramos queden, en dichos contextos, dentro del ámbito del riesgo permitido.
Desde luego, no se puede desconocer los beneficios que, para la sociedad, reportan la actividad industrial y el empleo de la nueva tecnología, pero no por ello se debe ser indulgente con la generación de riesgos a intereses de connotada relevancia, sin que quepa descartar la intervención del Derecho penal cuando la gravedad del riesgo así lo exija. Y es que estamos ante riesgos que en un primer momento fueron subestimados en cuanto a sus efectos sobre todo tipo de vida en el planeta, pero de cuya importancia y gravedad hoy pocos dudan. Véase, si no, la preocupación en cuanto a la gravedad de los gases de efecto invernadero y su repercusión en el calentamiento global. Estos riesgos, a pesar de sustraerse generalmente a la “percepción humana inmediata”, cada vez se hacen más patentes. Riesgos que involucran no sólo a un individuo o a un grupo, sino a todo ser vivo presente y futuro; riesgos frente a los cuales ya nadie puede sentirse invulnerable.